LA BRUJULA
Heberto J. Peterson Legrand
AL PADRE AUSENTE.
Recuerdo aquel 4 de junio de
1955, eran como las dos y media de la tarde y mi gemelo Humberto y yo nos
despedimos de nuestro Padre, Don Leo Peterson, porque íbamos al cine México a
ver el estreno de la película Robinson Crusoe. El estaba en la recámara central
de la planta baja leyendo los periódicos San Diego Unión y el Diario de
Ensenada, yo me detuve al salir de la recámara y sentí la necesidad de
regresarme, me le quedé viendo unos segundos, algo presentía y me uní a mi
gemelo para irnos.
Después de disfrutar la
película nos fuimos a casa de Don José Luis Fernández Bandini quien con su
familia vivían en la calle Miramar, nosotros teníamos 14 años de edad y estando
obsequiados con la hospitalidad que a los Fernández les ha caracterizado
comentando la película y de seguro jugando, horas después, llegó nuestro primo
el Dr. Pedro Loyola por nosotros, hecho que se nos hizo muy extraño y nos dijo
que nuestro papá estaba enfermo…
Yo que había presentido algo
que no me había sabido explicar le dije: Dr. Díganos la verdad…cómo está mi
Papá y el nos dijo abrazándonos: Acaba de morir…
Llegamos a la casa y sobre la
cama del Dr. Berlanga nuestro cuñado y mi hermana Olga allí estaba, parecía que
estaba dormido…
Le escribí un pensamiento hace
tiempo y que comparto con aquellos que también han sufrido la pérdida de un
padre cuando mucho se les necesita.
AL PADRE AUSENTE
Heberto Peterson
Legrand
Hoy evoco tu
recuerdo con un sabor
de frustración,
porque ya no
siento la cercanía
de tu rostro
paternal,
las caricias de
tus manos que el tiempo
de tu existencia
ya había ajado
y quizá vuelto
algo torpes ante la ausencia
de la elasticidad
ya pasada...
Cómo me han hecho
falta tus consejos,
tesoro que no me
fue dado poseer y por ello
mendigue en otros
seres para llenar ese vacío
que mis años mozos
requerían para mi formación,
ayuno del alimento
de tu sabiduría ,
producto de tus
triunfos y fracasos.
Recuerdo tu
abundante cabellera blanca como la nieve,
tu elevada estatura
que tenía la grandeza de tu alma,
no olvidaré la
mano firme que muchas veces me reprendió,
pero tampoco esos
momentos en que arrepentido
te acercabas para
prodigarme una caricia y decirme
con tu actitud: “
hijo a pesar de mi proceder mucho te
amo”.
Si hoy te tuviera
como iba a disfrutar sondeando el baúl de
los recuerdos de
tu memoria, para que me hablaras de tus
vivencias, tus
anhelos y esperanzas,
de los frutos
recogidos en tu camino.
Si en algo
fallaste conmigo, yo te perdono, porque aún ausente
te amo, y como
cristiano espero un reencuentro contigo,
Si yo te falle,
estoy seguro me habrás perdonado,
porque tu corazón
era como un infinito horizonte
de amor paterno.
Tus hijos, nietos
y biznietos, tenemos mucho de ti en nuestro ser,
bendito Dios, creador
de las leyes de la genética, bendito Cristo
creador de
nuestras almas, bendito cielo, que hizo de nosotros por la
herencia, amalgama
que contiene tu presencia.
Ensenada, amada
tierra que te vio nacer, que sintió tu
latidos
y los pasos de tu
niñez, su cielo su mar y sus cerros fueron testigos
de ilusiones que
acariciaste y testigos mudos del amor que
cosechaste.
Recibe el amor de
tu hijo que orgullosamente siente correr en sus venas
el flujo de tu
Amor.
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