CRONICAS ENSENADENSES 2 DR. PEDRO LOYOLA LUCQ. SEGUNDO TOMO.
Heberto J. Peterson Legrand
En otro escenario de su joven vida, el Dr.
Pedro Loyola Lucq vivió algo de la experiencia Cristera y nos cuenta: “ La
guerra Cristera que azotó el centro del país debido a la intransigencia de los
gobernantes y de algunos obispos, estaba en todo su apogeo en 1928, año en que
me mandaron a México a continuar mis estudios de preparatoria..” y agrega más
adelante: “...era muy común ver colgados de los postes de telégrafos paralelos
a las vías de ferrocarril ( entonces el único medio de movilizarse rápidamente
de un lugar a otro ), a los cadáveres de los cristeros con la lengua negra y
salida, devorados por los zopilotes...” y sigue diciendo más adelante: “ Los
convoyes de los trenes en esa trágica época, llevaban un pequeño reten de 6 a 8
soldados y un sub-oficial en cada carro de pasajeros y aparte al final del tren
una góndola blindada con un mayor número de soldados. Cercanos ya a la Cd. de
Querétaro y en plena tarde, los cristeros volaron con dinamita puesta sobre la
vía, la góndola del tren en que nos encontrábamos; dicha góndola quedó hecha
pedazos, la mayoría de los soldados que iban ahí resultaron muertos o heridos y
casi todos los carros del tren se salieron de la vía por la explosión; atacaron
los rebeldes el tren, pero los soldados que iban en cada carro se parapetaron
en los mismos para repeler el ataque, mi tocayo y yo después del susto nos
tiramos en el piso del carro que por cierto era de los antiguos todos de madera,
y entre escupideras volteadas y otras cosas nos quedamos un buen rato oyendo
los tiros y el silbar de las balas. El tren no fue tomado, porque la explosión
se oyó a lo lejos y al poco rato llegó un tren artillado en auxilio, que puso
en fuga a los atacantes. Mi tocayo y yo solo sacamos el susto y las manchas en
los trajes por haber estado pecho a tierra. Hubo más de 20 muertos sobre todo
entre los soldados de la góndola, algunos pasajeros y un buen número de
heridos.
En la misma época incursionaba por varias
partes un famoso guerrillero, el padre Gorostieta, llegó en alguna ocasión a
“Juriquilla”, hacienda de mi familia, llevándose caballos, alimentos y el
dinero que podía encontrar. El padre Gorostieta tenía en jaque a varios
regimientos del ejercito que lo perseguían, y los hacendados se veían asolados
por unos y otros, pues los rebeldes por “la causa” se llevaban como antes dije,
todo lo que podían y cuando llegaban las tropas barrían con lo que había
quedado, para que no se pudiera ayudar a “la causa”.
Juriquilla, era casi un castillo feudal,
tenía una alta muralla totalmente de piedra de unos 6 ó 7 metros de altura que
circundaba la hacienda y aparte había garitones a la entrada y troneras por
todo lo alto; durante la guerra cristera en vista de que con frecuencia
llegaban los alzados, hubo que ponerse parte de un regimiento de caballería
asentado en la finca. Era costumbre que los sábados por la tarde se pagaba a
los trabajadores que eran cerca de 300, pues, la propiedad era muy grande.
Pensando mis tíos como enviar el dinero de la raya sin que se dieran cuenta los
espías cristeros, se les ocurrió que lo llevara yo pues no iban a sospechar de
un muchacho que solo y a caballo llevara dinero, así se hizo, y me mandaron un
sábado a mediodía con las bolsas de dinero, casi no se usaban los billetes
entonces, llegué sin novedad y la peonada estaba esperando su paga; en eso
estábamos, cuando los rebeldes atacaron “Juriquilla” la que era casi imposible
de tomar, con los soldados parapetados y la muralla de que antes hice mención.
Me subí a los techos de las trojes para ver bien, protegido por las aspilleras,
a escasos tres metros de donde me encontraba de mirón, estaba un soldado
haciendo fuego contra los atacantes. En algún momento que decrecieron los tiros
se incorporó sobre la muralla, tal vez para precisar el lugar de donde hacían
fuego, con tan mala fortuna que no se había incorporado completamente, le
dieron un balazo en la frente y cayó muerto con la cabeza totalmente abierta,
al ver la muerte de aquel pobre señor pensé inmediatamente que el pleito no era
conmigo y que yo salía sobrando allá arriba, por lo que más que corriendo bajé
la azotea y me introduje a la casa grande; al poco rato los atacantes se
convencieron de la inutilidad del combate y nos dejaron en paz. Las siguientes
semanas la raya ya no la llevé yo, sino elementos de la guarnición de la
plaza”.
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