APUNTES PARA LA
HISTORIA RELIGIOSA DE ENSENADA
Figura y obra
apostólica del padre Antonio Ubach
Por Rogelio E.
Casas Sánchez
Cuando
en mayo de 1882, el gobierno federal notificaba a las autoridades de Real del
Castillo que la cabecera del Partido Norte se trasladaba a la Ensenada de Todos
Santos, todo el territorio peninsular constituía eclesiásticamente el Vicariato
Apostólico de la Baja California, a cargo en aquel entonces de Fr. Buenaventura
del Corazón de María Portillo y Tejeda, OFM., y cuya sede desde
su creación en 1855 se estableció en La Paz.
Varios
habían sido con anterioridad los intentos para organizar a la Iglesia católica
bajacaliforniana. En 1840 quedó incluida en el recién erigido obispado de Ambas
Californias cuyo titular Francisco García Diego y Moreno residía en Monterey,
Alta California. Poco después de firmados los tratados de Guadalupe Hidalgo, la
diócesis cambió su nombre por el de Monterey y a partir de 1850 un nuevo
obispo, Joseph Alemany y Conill se hizo cargo de ella. Sin embargo, el gobierno
mexicano no reconocía la autoridad de monseñor Alemany sobre el clero y los
fieles de la península, por lo que solicitó al papa que Baja California no
estuviera sujeta en lo espiritual a un prelado con residencia en el extranjero.
A
fines de 1852 el propio Alemany pidió a Roma y le fue concedido, que el
territorio mexicano fuera desmembrado de su diócesis. El papa Pío IX determinó
reincorporar la península a la jurisdicción del obispado de Sonora y designó
como vicario capitular a Francisco Escalante y Moreno, por muchos años párroco
de Hermosillo, quien en junio de 1854 hizo su arribo a La Paz. En mayo del
siguiente año, el pontífice romano le extendió el nombramiento de vicario
apostólico de la Baja California al crear la demarcación religiosa del mismo
nombre, sufragánea a su vez, del arzobispado de México.
Quienes
en su momento estuvieron al frente del vicariato y pese a todos sus esfuerzos,
muy poco pudieron hacer para procurar la atención espiritual de los fieles;
pues además de lo extenso del territorio, había que agregar que los caminos
eran malísimos, el clero escaso y prácticamente no contaban con recursos
económicos.
Conocedor
sin duda de la realidad que prevalecía en Baja California, el padre Antonio
Ubach, párroco de San Diego, California, se dirigió a monseñor Escalante
manifestándole su interés por atender la parte norte de la península, que
estaba carente de sacerdotes. En febrero de 1867, monseñor Escalante escribió
al obispo de Monterey-Los Ángeles para comunicarle que el párroco del puerto
californiano se había ofrecido para ayudar ocasionalmente en la atención
espiritual de los pueblos de la Frontera, para lo cual concedía las facilidades
necesarias a efecto de que Ubach o cualquier otro sacerdote pudieran ejercer su
ministerio en territorio mexicano.
El
padre Ubach era originario de Cataluña y había llegado a los Estados Unidos a
mediados del siglo XIX por invitación de su coterráneo, Tadeo Amat, obispo de
la diócesis de Monterey-Los Ángeles. Fue ordenado sacerdote en la catedral de
San Francisco en 1860 y destinado de inmediato a la antigua misión franciscana
de San Juan Bautista donde permaneció hasta 1866, año en que fue nombrado
párroco de San Diego.
Su
entusiasmo apostólico y su celo por el ministerio, pronto le hicieron poner la
mirada en la región fronteriza de Baja California, con la que colindaba su
parroquia. Para beneplácito del vicario Escalante y a lo largo de varios años,
el padre Antonio, como era conocido entre los pobladores de la región, visitaba
eventualmente las pequeñas localidades para brindar los servicios espirituales
más indispensables. La presencia esporádica de Ubach en el norte de la
península se mantuvo aún después del fallecimiento de Escalante en 1872.
En
1884 solicitó a la jerarquía eclesiástica el envío de otro sacerdote que le
pudiera auxiliar en la labor que desarrollaba en Baja California, ya que el
incremento de la población católica de San Diego le dificultaba cada vez más
los desplazamientos hacia el sur. Pero la autoridad eclesiástica mexicana no
pudo hacer mucho. Las carencias y dificultades en la administración del
vicariato persistían y habían sido comunicadas en un informe a la Santa Sede.
Al considerar que era difícil sostener por entonces un prelado en esta región,
el papa León XIII removió a Fr. Buenaventura en septiembre de 1882,
encomendándole la diócesis de Chilapa en el estado de Guerrero.
La
administración apostólica del vicariato quedó nuevamente confiada al obispo de
Sonora, cargo que a partir de octubre de 1887 desempeñó Herculano López de la
Mora. Por ese tiempo y de acuerdo a lo asentado en el libro Parroquias que
forman el Obispado de Sonora, los pueblos de Ensenada y Santo Tomás estaban
atendidos por el sacerdote Luciano Osuna. En 1890 un artículo del periódico San
Diego Union mencionaba que el misionero Osuna tenía cinco años de haber
reemplazado al padre Ubach inició en el trabajo que éste último realizaba en el
norte de la península, lo que hace suponer que habría llegado a la región hacia
1885. Sin embargo, su permanencia en el puerto al parecer no era del todo
estable, y de acuerdo a otra fuente periodística, el sacerdote católico se
había retirado de Ensenada, con la llegada de los colonos extranjeros a la
población.
La
situación anterior ciertamente apremió al prelado sonorense y en enero de 1888
extendió a su homólogo Francisco Mora y Borrell, obispo de Monterey-Los
Ángeles, las debidas licencias para que sacerdotes de esa diócesis misionaran
en “los puntos de la Baja California donde no haya cura”. Hay que señalar que
los registros que se localizan en el templo más antiguo de Ensenada acreditan
la presencia más o menos constante del padre Osuna en la sede parroquial, en el
lapso comprendido entre diciembre de 1888 y octubre del siguiente año. Está
documentado un nuevo encuentro con sus feligreses en diciembre de 1889, cuando
reapareció en Ensenada para celebrar la misa de Navidad.
Por
otra parte, y haciendo uso de las facultades concedidas, el padre Ubach realizó
tres efímeros viajes al puerto a lo largo de 1889; el primero en abril, el
segundo en junio y el último en el mes de noviembre. No pasó mucho tiempo para
que Ubach, acompañado por otro sacerdote de San Diego, regresara a Ensenada
para otra breve visita apostólica a los católicos de la población, realizada en
enero de 1890.
Semanas
después, antes de concluir el mes de marzo, las licencias ministeriales que le
habían sido concedidas al padre Osuna llegaron a su término, y como éstas no le
fueron renovadas tuvo que cesar en las funciones propias de su estado. A causa
de esta nueva ausencia, y sin sacerdote al frente de la parroquia, el 11 de
junio de 1890 el obispo López otorgó al padre Ubach licencias para “celebrar,
predicar, confesar, bautizar y autorizar matrimonios en los pueblos de la
frontera norte de la Baja California, cuando no haya impedimento dirimente ni
impudiente, y sea llamado por aquellos fieles, siempre que pase allá con
licencia de su Prelado”.
La
actividad apostólica que el presbítero catalán desarrollaba ocasionalmente en
la región prosiguió con posteridad al nombramiento de Celso García Tagle como
párroco interino de todo lo que era el Distrito Norte. A su llegada a Ensenada
en agosto de 1890, el padre García inició prácticamente el archivo parroquial,
para lo cual habilitó un libro donde iban a quedar asentados los bautismos que
administraría. El contenido de lo que escribió a manera de introducción es
ahora una información excepcional. En ella dio a conocer que
Las
partidas de bautismo desde 1860 hasta la fecha obran en el curato de S. Diego Alta
California.
El
R.P. D. Luciano Ozuna ha estado administrando por muchos años estos pueblos y
él conserva el archivo de toda su administración.
Respecto
al quehacer apostólico de Ubach y a la falta de actas de los bautismos por él
efectuados manifestó:
Teniendo
el Sr. Cura de Sn. Diego las mismas facultades que el suscrito para administrar
los santos sacramentos a los fieles de esta frontera, no es de extrañar que
muchos bautismos administrados desde mi toma de posesión no se encuentren en
este libro, pues los fieles pueden optar y de hecho lo verifican porque se les
administren los sacramentos por el ministro suscrito o por el Sr. Cura de S.
Diego.
El
padre Celso García concluyó sus funciones el 7 de septiembre de 1891 y de
inmediato el padre Luciano Osuna volvió a hacerse cargo de la parroquia hasta
noviembre de 1893, cuando por razones de salud tuvo que trasladarse a San Diego
y ser hospitalizado en aquel lugar, donde a causa de sus padecimientos falleció
en marzo de 1894.
A
raíz de la muerte del clérigo Osuna, la comunidad católica ensenadense quedó en
definitiva desprovista de pastor. La escasez de sacerdotes que prevalecía en la
diócesis de la cual era titular, impidió al obispo López, administrador del
Vicariato, designar un nuevo párroco para Ensenada. No obstante, el obispo
encontró en la persona del padre Ubach la solución más adecuada para que los
feligreses tuvieran acceso a los auxilios espirituales. Por lo tanto, en abril
de 1894 el prelado sonorense le renovaba las licencias ministeriales,
concediéndole además la autoridad para delegar en alguno de sus vicarios dichas
facultades; todo ello, decía el obispo, “mientras podamos proveer de sacerdotes
aquella frontera”.
Para
el mes de mayo, el presbítero Ubach ya estaba de nuevo en Ensenada, población a
la que de hecho había visto nacer una docena de años atrás. De acuerdo a las
partidas asentadas en el libro de bautismos, el 31 de mayo administró dicho
sacramento a 21 infantes y por información encontrada en el archivo parroquial,
en esa misma fecha bendijo el matrimonio de tres parejas e hizo lo mismo con
otra más a fines del mes de junio.
Prácticamente
nada se sabe acerca de la religiosidad y las actitudes de piedad de los
habitantes católicos de la Ensenada de aquella época. Sin embargo, podría
decirse que para algunos de ellos era evidente el significado de la religión en
sus vidas; prueba de ello es el párrafo que a continuación se transcribe, parte
del texto publicado en el semanario local a raíz de uno de los viajes del padre
Antonio a Baja California:
Es
de sentirse que en la Ensenada no exista un párroco permanente. Aquí nacen y
crecen los niños sin el freno que la educación de sus padres y los instintos de
la fe religiosa impone a las conciencias y a las pasiones;
Se
expresaba asimismo la aflicción por quienes fallecían sin la asistencia
espiritual de un sacerdote y por la imposibilidad de celebrar funerales
religiosos:
Aquí
también mueren muchísimas personas sin recibir el consuelo y el auxilio de la
fe religiosa, siendo en seguida conducidos sus restos al cementerio con
demasiada precipitación, sin ser acompañados por las augustas ceremonias que
elevan el alma a la contemplación del infinito, la brevedad de la vida y la
seguridad de la muerte; y que en algo mitigan el dolor de los que quedan en
este mundo a llorar sin consuelo a los seres queridos que desaparecieron para
siempre.
La
nota culminaba enalteciendo la persona y el trabajo de Ubach, diciendo que
Por
su celo apostólico, por su valerosa constancia, por su inquebrantable actividad,
nos recuerda el ejemplo inmortal que dejaron aquellos varones famosos como el
padre Junípero Serra, el padre Kino, el padre Salvatierra, el padre Ugarte y
otros muchos que fueron los fundadores de la Baja California.
No
habrá sido fácil para el padre Ubach conjuntar los compromisos derivados de su
labor como párroco de San Diego y la atención de la feligresía asentada al sur
de la línea fronteriza. Así lo consideraba un corresponsal que escribió:
Bien
conocidas son las obras meritorias del ilustre párroco de San Diego, pero no
queremos callar lo que se relacione con los trabajos y penalidades que sufre en
nuestro suelo, al traer a los creyentes su ilustración, sus consejos y auxilios
pecuniarios.
En
otro párrafo se encuentra una breve reflexión sobre el carácter y temple que
distinguía al presbítero misionero, cualidades entre otras, que hicieron
perpetuar su memoria en la historia de la Iglesia católica de San Diego y del
sur de California. El anónimo articulista señalaba:
Para
él no hay nacionalidades, deja su parroquia por venir a nuestras soledades;
padece los peligros de una navegación, se interna en nuestros malos caminos y
lleva el consuelo a nuestras desgracias, es amparo de los huérfanos, el sostén
de las viudas… auxilia a los enfermos desvalidos no sólo espiritualmente sino
con los escasos recursos con que cuenta.
Días
antes de que el texto anterior fuera publicado, los padres Ubach y Grogan
habían arribado a Ensenada procedentes de San Quintín. Su permanencia en aquel
lugar fue de completa actividad, administrando el bautismo y bendiciendo la
unión de varias parejas. Tan pronto desembarcaron en Ensenada, se dirigieron al
pequeño templo católico donde celebraron la misa dominical y por la tarde
estuvieron bautizando a buen número de niños de todas edades y tamaños. La
disponibilidad de Ubach para seguir atendiendo a la comunidad católica de
Ensenada era incuestionable y así se hablaba de ella:
Dice
el Rev. Padre que si se pudiera arreglar el viaje del Carlos Pacheco para el
último viernes de cada mes, haría una visita a la Ensenada, por tener libre
únicamente ese día para ausentarse de sus feligreses.
En
los libros de las actas bautismales y matrimoniales no hay registros anotados
por Ubach en fechas posteriores a su visita de octubre de 1894. En abril del
siguiente año, el presbítero Guillermo L. Dye, vicario interino de San Diego,
se trasladó a Ensenada por indicaciones del padre Ubach. Permaneció trabajando
en la sede parroquial alrededor de once días, dos de los cuales aprovechó para
visitar a los fieles de Real del Castillo.
En
diciembre de 1895, el obispo de Sonora presentó al papa su renuncia como
administrador apostólico del Vicariato de la Baja California. Las autoridades
vaticanas habían acordado el mes anterior confiar la dirección espiritual de la
península a los miembros del Colegio de San Pedro y San Pablo para misiones
extranjeras, quienes se hicieron cargo de las parroquias existentes.
El
hecho de que a partir de 1896 hubiera clérigos residiendo de manera permanente
en Ensenada, relevó de alguna manera al padre Antonio Ubach del compromiso
asumido con los fieles de Baja California. Consta sin embargo, en sendas
partidas firmadas por él, que administró el bautismo a dos infantes, uno de
Tijuana y otro de Ensenada en las visitas realizadas a esos lugares el 30 de
marzo y el 1 de junio de 1896, respectivamente. A mediados de octubre de ese
mismo año, Ubach viajó a San Quintín, donde procedió a celebrar el bautizo de
28 menores, algunos de ellos originarios de El Rosario, cuyas familias se
desplazaron desde aquel lugar para atender la visita del misionero. No hay
evidencia de que en ese viaje al sur hubiera realizado alguna escala en
Ensenada.
La
que pudiera considerarse como su última participación apostólica en Baja
California está respaldada por el asiento de cinco bautizos efectuados en
Tijuana el 16 de septiembre de 1900. Con dicho evento terminaba prácticamente
el apoyo desinteresado que Antonio Ubach había brindado por más de treinta años
a la comunidad católica de Baja California, un gesto solidario con quienes
compartían su fe y que despertó la admiración, gratitud y reconocimiento de no
pocos fieles de la región fronteriza, uno de los cuales expresó:
Tememos
lastimar su modestia, pero hombres de su temple, de carácter bondadoso y
caritativo son dignos de que propios y extraños los alaben para que sirvan de
modelo en estos tiempos de refinado egoísmo.
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