domingo, 10 de diciembre de 2017

APUNTES PARA LA HISTORIA RELIGIOSA DE ENSENADA
Figura y obra apostólica del padre Antonio Ubach
Por Rogelio E. Casas Sánchez

Cuando en mayo de 1882, el gobierno federal notificaba a las autoridades de Real del Castillo que la cabecera del Partido Norte se trasladaba a la Ensenada de Todos Santos, todo el territorio peninsular constituía eclesiásticamente el Vicariato Apostólico de la Baja California, a cargo en aquel entonces de Fr. Buenaventura del Corazón de María Portillo y Tejeda, OFM., y cuya sede desde su creación en 1855 se estableció en La Paz.
Varios habían sido con anterioridad los intentos para organizar a la Iglesia católica bajacaliforniana. En 1840 quedó incluida en el recién erigido obispado de Ambas Californias cuyo titular Francisco García Diego y Moreno residía en Monterey, Alta California. Poco después de firmados los tratados de Guadalupe Hidalgo, la diócesis cambió su nombre por el de Monterey y a partir de 1850 un nuevo obispo, Joseph Alemany y Conill se hizo cargo de ella. Sin embargo, el gobierno mexicano no reconocía la autoridad de monseñor Alemany sobre el clero y los fieles de la península, por lo que solicitó al papa que Baja California no estuviera sujeta en lo espiritual a un prelado con residencia en el extranjero.
A fines de 1852 el propio Alemany pidió a Roma y le fue concedido, que el territorio mexicano fuera desmembrado de su diócesis. El papa Pío IX determinó reincorporar la península a la jurisdicción del obispado de Sonora y designó como vicario capitular a Francisco Escalante y Moreno, por muchos años párroco de Hermosillo, quien en junio de 1854 hizo su arribo a La Paz. En mayo del siguiente año, el pontífice romano le extendió el nombramiento de vicario apostólico de la Baja California al crear la demarcación religiosa del mismo nombre, sufragánea a su vez, del arzobispado de México.
Quienes en su momento estuvieron al frente del vicariato y pese a todos sus esfuerzos, muy poco pudieron hacer para procurar la atención espiritual de los fieles; pues además de lo extenso del territorio, había que agregar que los caminos eran malísimos, el clero escaso y prácticamente no contaban con recursos económicos.
Conocedor sin duda de la realidad que prevalecía en Baja California, el padre Antonio Ubach, párroco de San Diego, California, se dirigió a monseñor Escalante manifestándole su interés por atender la parte norte de la península, que estaba carente de sacerdotes. En febrero de 1867, monseñor Escalante escribió al obispo de Monterey-Los Ángeles para comunicarle que el párroco del puerto californiano se había ofrecido para ayudar ocasionalmente en la atención espiritual de los pueblos de la Frontera, para lo cual concedía las facilidades necesarias a efecto de que Ubach o cualquier otro sacerdote pudieran ejercer su ministerio en territorio mexicano.
El padre Ubach era originario de Cataluña y había llegado a los Estados Unidos a mediados del siglo XIX por invitación de su coterráneo, Tadeo Amat, obispo de la diócesis de Monterey-Los Ángeles. Fue ordenado sacerdote en la catedral de San Francisco en 1860 y destinado de inmediato a la antigua misión franciscana de San Juan Bautista donde permaneció hasta 1866, año en que fue nombrado párroco de San Diego.
Su entusiasmo apostólico y su celo por el ministerio, pronto le hicieron poner la mirada en la región fronteriza de Baja California, con la que colindaba su parroquia. Para beneplácito del vicario Escalante y a lo largo de varios años, el padre Antonio, como era conocido entre los pobladores de la región, visitaba eventualmente las pequeñas localidades para brindar los servicios espirituales más indispensables. La presencia esporádica de Ubach en el norte de la península se mantuvo aún después del fallecimiento de Escalante en 1872.
En 1884 solicitó a la jerarquía eclesiástica el envío de otro sacerdote que le pudiera auxiliar en la labor que desarrollaba en Baja California, ya que el incremento de la población católica de San Diego le dificultaba cada vez más los desplazamientos hacia el sur. Pero la autoridad eclesiástica mexicana no pudo hacer mucho. Las carencias y dificultades en la administración del vicariato persistían y habían sido comunicadas en un informe a la Santa Sede. Al considerar que era difícil sostener por entonces un prelado en esta región, el papa León XIII removió a Fr. Buenaventura en septiembre de 1882, encomendándole la diócesis de Chilapa en el estado de Guerrero.
La administración apostólica del vicariato quedó nuevamente confiada al obispo de Sonora, cargo que a partir de octubre de 1887 desempeñó Herculano López de la Mora. Por ese tiempo y de acuerdo a lo asentado en el libro Parroquias que forman el Obispado de Sonora, los pueblos de Ensenada y Santo Tomás estaban atendidos por el sacerdote Luciano Osuna. En 1890 un artículo del periódico San Diego Union mencionaba que el misionero Osuna tenía cinco años de haber reemplazado al padre Ubach inició en el trabajo que éste último realizaba en el norte de la península, lo que hace suponer que habría llegado a la región hacia 1885. Sin embargo, su permanencia en el puerto al parecer no era del todo estable, y de acuerdo a otra fuente periodística, el sacerdote católico se había retirado de Ensenada, con la llegada de los colonos extranjeros a la población.
La situación anterior ciertamente apremió al prelado sonorense y en enero de 1888 extendió a su homólogo Francisco Mora y Borrell, obispo de Monterey-Los Ángeles, las debidas licencias para que sacerdotes de esa diócesis misionaran en “los puntos de la Baja California donde no haya cura”. Hay que señalar que los registros que se localizan en el templo más antiguo de Ensenada acreditan la presencia más o menos constante del padre Osuna en la sede parroquial, en el lapso comprendido entre diciembre de 1888 y octubre del siguiente año. Está documentado un nuevo encuentro con sus feligreses en diciembre de 1889, cuando reapareció en Ensenada para celebrar la misa de Navidad.
Por otra parte, y haciendo uso de las facultades concedidas, el padre Ubach realizó tres efímeros viajes al puerto a lo largo de 1889; el primero en abril, el segundo en junio y el último en el mes de noviembre. No pasó mucho tiempo para que Ubach, acompañado por otro sacerdote de San Diego, regresara a Ensenada para otra breve visita apostólica a los católicos de la población, realizada en enero de 1890.
Semanas después, antes de concluir el mes de marzo, las licencias ministeriales que le habían sido concedidas al padre Osuna llegaron a su término, y como éstas no le fueron renovadas tuvo que cesar en las funciones propias de su estado. A causa de esta nueva ausencia, y sin sacerdote al frente de la parroquia, el 11 de junio de 1890 el obispo López otorgó al padre Ubach licencias para “celebrar, predicar, confesar, bautizar y autorizar matrimonios en los pueblos de la frontera norte de la Baja California, cuando no haya impedimento dirimente ni impudiente, y sea llamado por aquellos fieles, siempre que pase allá con licencia de su Prelado”.
La actividad apostólica que el presbítero catalán desarrollaba ocasionalmente en la región prosiguió con posteridad al nombramiento de Celso García Tagle como párroco interino de todo lo que era el Distrito Norte. A su llegada a Ensenada en agosto de 1890, el padre García inició prácticamente el archivo parroquial, para lo cual habilitó un libro donde iban a quedar asentados los bautismos que administraría. El contenido de lo que escribió a manera de introducción es ahora una información excepcional. En ella dio a conocer que
Las partidas de bautismo desde 1860 hasta la fecha obran en el curato de S. Diego Alta California.
El R.P. D. Luciano Ozuna ha estado administrando por muchos años estos pueblos y él conserva el archivo de toda su administración.

Respecto al quehacer apostólico de Ubach y a la falta de actas de los bautismos por él efectuados manifestó:
Teniendo el Sr. Cura de Sn. Diego las mismas facultades que el suscrito para administrar los santos sacramentos a los fieles de esta frontera, no es de extrañar que muchos bautismos administrados desde mi toma de posesión no se encuentren en este libro, pues los fieles pueden optar y de hecho lo verifican porque se les administren los sacramentos por el ministro suscrito o por el Sr. Cura de S. Diego.

El padre Celso García concluyó sus funciones el 7 de septiembre de 1891 y de inmediato el padre Luciano Osuna volvió a hacerse cargo de la parroquia hasta noviembre de 1893, cuando por razones de salud tuvo que trasladarse a San Diego y ser hospitalizado en aquel lugar, donde a causa de sus padecimientos falleció en marzo de 1894. 
A raíz de la muerte del clérigo Osuna, la comunidad católica ensenadense quedó en definitiva desprovista de pastor. La escasez de sacerdotes que prevalecía en la diócesis de la cual era titular, impidió al obispo López, administrador del Vicariato, designar un nuevo párroco para Ensenada. No obstante, el obispo encontró en la persona del padre Ubach la solución más adecuada para que los feligreses tuvieran acceso a los auxilios espirituales. Por lo tanto, en abril de 1894 el prelado sonorense le renovaba las licencias ministeriales, concediéndole además la autoridad para delegar en alguno de sus vicarios dichas facultades; todo ello, decía el obispo, “mientras podamos proveer de sacerdotes aquella frontera”.
Para el mes de mayo, el presbítero Ubach ya estaba de nuevo en Ensenada, población a la que de hecho había visto nacer una docena de años atrás. De acuerdo a las partidas asentadas en el libro de bautismos, el 31 de mayo administró dicho sacramento a 21 infantes y por información encontrada en el archivo parroquial, en esa misma fecha bendijo el matrimonio de tres parejas e hizo lo mismo con otra más a fines del mes de junio.
Prácticamente nada se sabe acerca de la religiosidad y las actitudes de piedad de los habitantes católicos de la Ensenada de aquella época. Sin embargo, podría decirse que para algunos de ellos era evidente el significado de la religión en sus vidas; prueba de ello es el párrafo que a continuación se transcribe, parte del texto publicado en el semanario local a raíz de uno de los viajes del padre Antonio a Baja California:
Es de sentirse que en la Ensenada no exista un párroco permanente. Aquí nacen y crecen los niños sin el freno que la educación de sus padres y los instintos de la fe religiosa impone a las conciencias y a las pasiones;
Se expresaba asimismo la aflicción por quienes fallecían sin la asistencia espiritual de un sacerdote y por la imposibilidad de celebrar funerales religiosos:
Aquí también mueren muchísimas personas sin recibir el consuelo y el auxilio de la fe religiosa, siendo en seguida conducidos sus restos al cementerio con demasiada precipitación, sin ser acompañados por las augustas ceremonias que elevan el alma a la contemplación del infinito, la brevedad de la vida y la seguridad de la muerte; y que en algo mitigan el dolor de los que quedan en este mundo a llorar sin consuelo a los seres queridos que desaparecieron para siempre.
La nota culminaba enalteciendo la persona y el trabajo de Ubach, diciendo que
Por su celo apostólico, por su valerosa constancia, por su inquebrantable actividad, nos recuerda el ejemplo inmortal que dejaron aquellos varones famosos como el padre Junípero Serra, el padre Kino, el padre Salvatierra, el padre Ugarte y otros muchos que fueron los fundadores de la Baja California.

No habrá sido fácil para el padre Ubach conjuntar los compromisos derivados de su labor como párroco de San Diego y la atención de la feligresía asentada al sur de la línea fronteriza. Así lo consideraba un corresponsal que escribió:
Bien conocidas son las obras meritorias del ilustre párroco de San Diego, pero no queremos callar lo que se relacione con los trabajos y penalidades que sufre en nuestro suelo, al traer a los creyentes su ilustración, sus consejos y auxilios pecuniarios.

En otro párrafo se encuentra una breve reflexión sobre el carácter y temple que distinguía al presbítero misionero, cualidades entre otras, que hicieron perpetuar su memoria en la historia de la Iglesia católica de San Diego y del sur de California. El anónimo articulista señalaba:
Para él no hay nacionalidades, deja su parroquia por venir a nuestras soledades; padece los peligros de una navegación, se interna en nuestros malos caminos y lleva el consuelo a nuestras desgracias, es amparo de los huérfanos, el sostén de las viudas… auxilia a los enfermos desvalidos no sólo espiritualmente sino con los escasos recursos con que cuenta.

Días antes de que el texto anterior fuera publicado, los padres Ubach y Grogan habían arribado a Ensenada procedentes de San Quintín. Su permanencia en aquel lugar fue de completa actividad, administrando el bautismo y bendiciendo la unión de varias parejas. Tan pronto desembarcaron en Ensenada, se dirigieron al pequeño templo católico donde celebraron la misa dominical y por la tarde estuvieron bautizando a buen número de niños de todas edades y tamaños. La disponibilidad de Ubach para seguir atendiendo a la comunidad católica de Ensenada era incuestionable y así se hablaba de ella:
Dice el Rev. Padre que si se pudiera arreglar el viaje del Carlos Pacheco para el último viernes de cada mes, haría una visita a la Ensenada, por tener libre únicamente ese día para ausentarse de sus feligreses.

En los libros de las actas bautismales y matrimoniales no hay registros anotados por Ubach en fechas posteriores a su visita de octubre de 1894. En abril del siguiente año, el presbítero Guillermo L. Dye, vicario interino de San Diego, se trasladó a Ensenada por indicaciones del padre Ubach. Permaneció trabajando en la sede parroquial alrededor de once días, dos de los cuales aprovechó para visitar a los fieles de Real del Castillo.
En diciembre de 1895, el obispo de Sonora presentó al papa su renuncia como administrador apostólico del Vicariato de la Baja California. Las autoridades vaticanas habían acordado el mes anterior confiar la dirección espiritual de la península a los miembros del Colegio de San Pedro y San Pablo para misiones extranjeras, quienes se hicieron cargo de las parroquias existentes.
El hecho de que a partir de 1896 hubiera clérigos residiendo de manera permanente en Ensenada, relevó de alguna manera al padre Antonio Ubach del compromiso asumido con los fieles de Baja California. Consta sin embargo, en sendas partidas firmadas por él, que administró el bautismo a dos infantes, uno de Tijuana y otro de Ensenada en las visitas realizadas a esos lugares el 30 de marzo y el 1 de junio de 1896, respectivamente. A mediados de octubre de ese mismo año, Ubach viajó a San Quintín, donde procedió a celebrar el bautizo de 28 menores, algunos de ellos originarios de El Rosario, cuyas familias se desplazaron desde aquel lugar para atender la visita del misionero. No hay evidencia de que en ese viaje al sur hubiera realizado alguna escala en Ensenada.
La que pudiera considerarse como su última participación apostólica en Baja California está respaldada por el asiento de cinco bautizos efectuados en Tijuana el 16 de septiembre de 1900. Con dicho evento terminaba prácticamente el apoyo desinteresado que Antonio Ubach había brindado por más de treinta años a la comunidad católica de Baja California, un gesto solidario con quienes compartían su fe y que despertó la admiración, gratitud y reconocimiento de no pocos fieles de la región fronteriza, uno de los cuales expresó:
Tememos lastimar su modestia, pero hombres de su temple, de carácter bondadoso y caritativo son dignos de que propios y extraños los alaben para que sirvan de modelo en estos tiempos de refinado egoísmo.


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