sábado, 24 de octubre de 2009

Aurora y Ocaso,

“LA BRUJULA”

AURORA Y OCASO

Heberto Peterson Legrand

Estoy frente a mis pequeños nietos y veo en ellos el aurora de una existencia: sus ojos reflejan la viveza de ese despertar a la vida; su rostro envuelto en una piel fresca, tersa: sus movimientos ágiles, pueden contorsionar sus cuerpos con una elasticidad sorprendente, brincar, hacer maromas…
Sus cerebros y mente abiertos para recibir toda la información que les llegue de su entorno: son como esponjas que todo lo absorben; sus neuronas abiertas para recibir todos los estímulos posibles. Esa resplandeciente aurora de su vida los abre para recorrer los caminos inéditos de su existencia acompañados de esa envidiable vitalidad con la que cuentan para dilatar su creatividad, conquistar y conquistarse.
Transitan por los caminos del: por qué? Para qué? Y de los mil cuestionamientos con que nos abruman a los adultos que muchas veces olvidamos que también fuimos pequeños y todo lo queríamos saber…
Vemos a los nietos y no dejamos de pensar en el largo trayecto que aún les queda por recorrer y nos preguntamos: qué les tocara ver? En el futuro como será su mundo?.
Son una fuente de energía inagotable, si se cansan en cualquier rincón o lugar se quedan dormidos, cargan las baterías y de inmediato siguen empujando.
Cuando dicen abuelito o abuelita nos están acariciando; con sus ojitos nos expresan lo que están sintiendo; cuando se nos acurrucan y dan un beso simplemente nos desarman, nos dan motivos para querer seguir viviendo, alegran nuestros corazones y le dan vida a la “casa de los abuelos”.
Con la mayor naturalidad dicen lo que sienten: hacen sentir lo que les gusta y lo que les disgusta, no saben de formas. Somos nosotros quienes muchas veces los inhibimos y les vamos quitando la frescura con que se expresan.
Esas criaturas que se están abriendo a la existencia en ocasiones son víctimas de nuestros sentimientos de inferioridad, de los complejos o de los desajustes de nuestra propia personalidad y con nuestras actitudes no permitimos que se desenvuelvan y maduren adecuadamente…
Pienso en nosotros los abuelos: ya nuestros ojos están cansados, nuestra visión no tiene ni la claridad ni la frescura de un ayer que ya no volverá. Nuestros pasos ya no tienen la
Ligereza añorada, son algo torpes; nuestros movimientos no pueden ser bruscos porque nuestros huesos y músculos son más frágiles.
Con facilidad nos cansamos mental y físicamente: tenemos que administrar nuestras energías, ya las desveladas nos agotan; nuestra atención ya no es tan sostenida como antes.
Nuestra existencia está en su ocaso; nuestro futuro es muy corto; hemos recorrido el mayor tramo de nuestra vida y no podemos volver atrás para reiniciar y evitar los tropiezos, los errores cometidos…
Quisiéramos durar lo necesario para ver crecer a nuestros nietos, tener la oportunidad de poderles expresar prolongadamente nuestro amor, pero…sólo Dios sabe cuando será el termino de nuestro camino que cada día se acorta más…
El aurora de una vida que se va abriendo y el ocaso de una vida que se esta apagando, es una realidad ineludible. Sin embargo, queremos dejar algo de nosotros en esos pequeños que hoy nos alegran el corazón; queremos fusionarnos con ellos en un eterno abrazo: sentir sus caricias y prodigarles las nuestras..
Los nietos abiertos a un horizonte de posibilidades y nosotros cerrando el capitulo de nuestra vida con lo que hemos logrado hacer. Queremos dejar nuestra huella en ellos, queremos que no nos olviden y que siempre tengan un espacio en su corazón para nosotros. Vamos a morir pero queremos vivir en ellos.
Ojalá y nuestros hijos sepan alimentar en sus almas el recuerdo de los abuelos y les enseñen a siempre amarnos aún Ausentes.

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